No me toques la camioneta

Estoy que me vomito, me tiemblan hasta los calzones. 

Estaba saliendo de una cita a coger un Uber. Para llegar a donde estaba esperándome tenía que bajarme del andén por la rampa peatonal -muy bien hecha por cierto-. Pero, me encontré una barrera: una camionetota de esas que tienen los vidrios bien polarizados y no se ve nada parqueada justo frente a la rampa.

Vi como una sombrita moverse, entonces le hice señas. Nadie reaccionó. «¿Hay alguien adentro?» Le pregunté a una señora y me dijo que sí. Me acerque más a la camioneta y toqué en el vidrio. «¿Puedes correrte porfa? es que tapas el camino» Simultáneamente, él bajaba el vidrio y me dijo con tono amenazante «No me vuelvas a tocar la camioneta. Yo te iba a correr la camioneta, pero no me toques la camioneta porque... y tengo al niño». 

La verdad hubo cosas que no entendí bien, pero no fueron necesarias, ya estaba yo sintiéndome que había hecho algo mal. Corrió la camioneta, le di las gracias, pasé y, con mucho esfuerzo, me monté en el Uber. 

Todo el camino me fui pensando en que ahora está mal reclamar un derecho mío. Pero ¿por qué? Yo no fui grosera ni estaba pidiendo nada descabellado. Me frustra pensar que tanto he trabajado para empoderarse y dejar de hacerme invisible como para que un susodicho venga a amenazarme y hacerme sentir pequeñita.