Mi gente, tu gente

Quiero retomar la reflexión sobre el término discapacidad. Como bien lo dije, este término aparece cuando una persona con limitaciones (físicas, psicológicas, cognitivas o sensoriales) ve, a largo plazo, restringida su participación en situaciones sociales. La persona en condición de discapacidad busca herramientas (como terapias, ayudas materiales y vivas, o  adaptaciones) que le permitan superar las barreras del ambiente. Sin embargo, por más que el individuo ponga de su parte, se necesita que los demás también lo hagan.

En el post anterior hablé de los espacios arquitectónicos y el uso que se le da, y mencioné la necesidad de un cambio en su diseño y comportamiento de la sociedad. Hoy quiero hablar sobre los comentarios, chistes y demás posturas que puede tomar el entorno (la gente) alrededor de alguien con discapacidad. 

Primero, agradezco a todas las personas que buscan darle ánimos a uno y decir que «¡SI SE PUEDE!». En mi experiencia, esa energía te da un boost para seguir en tu camino. También amo a la gente que está dispuesto a ayudarte con lo que necesitas, pero preguntando por tus indicaciones y no imponiendo su postura. Me atrevo a decir que para todos es muy reconfortante la gente que te integra y te acompaña en el camino.


Esto me ha ayudado a bajar la máscara de superhéroe, permitirme ser vulnerable y expresarme, pedir ayuda y dar indicaciones, y explorar posibles caminos (cosa que ha sido complejo para mí). Sin embargo hay otros comportamientos que afectan mucho, como las miradas penetrantes que te juzgan o «pobretean» por moverte distinto, hablar distinto o usar ayudas «aparatosas». O los chistes donde la población con discapacidad hace algo «chistoso».


Nosotros, las personas en condición de discapacidad, ya nos sentimos como bichos raros al ver las diferencias con otros. NO necesitamos su señalamiento a través de comentarios o miradas, ni su pesar. (Aquí estoy tratando de controlar a mi adolescente ofendida) Sé lo importante que es el amor propio, fijarnos en nuestras fortalezas, reírnos de nosotros mismos y hacer oídos sordos a las críticas, pero no siempre es fácil. 


Por mi parte, por lo menos, me gusta rodearme de gente que me trata como alguien «normal»; que me acepta con mis condiciones, me integra en su vida, me cuida y me impulsa a ir más allá de los límites de mi mente. Las actitudes incluyentes donde se busca la forma de hacerte participar en la situación social lo son todo. Claro está, en esas iniciativas se debe medir la exigencia para, uno como individuo en condición de discapacidad, permanecer en los rangos del bienestar. 


Así que hoy mi invitación es a dejar de lado las actitudes excluyentes, el pesar y el positivismo tóxico. Sigamos cultivando, me incluyo en esto, el respeto, el cuidado (o empatía), el impulso y el acompañamiento a la gente. Todos estamos conectados en esta vida; lo que tu hagas me afecta a mí y viceversa. 

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